sábado, 9 de junio de 2007

Simplemente espinas

Se suele decir que lo que más se desea en la vida, cuesta; y propiamente no hablo del costo material que pueda representar, sino del costo subjetivo, simbólico o hasta espiritual que conlleva conseguir lo que más anhelamos.

En mi caso, y muy personalmente hablando, son los sentimientos del ser humano, en particular la libertad y el amor, lo que representa el mayor costo emocional pensado.

Allá, por “aquellos años”, ambos sentimientos, tuvieron que mezclarse para dar a mi alma, la tranquilidad necesaria para alcanzar las sensaciones aquí reflejadas, escritas, perennizadas. Aunque, en ese período, lo que pueda leerse ahora, hubiera deseado, con todas mis fuerzas haberlas evitado, incluso si eso representara que este poemario hoy no pueda existir.

“Espinas en el vientre” trata de dar a conocer, lo que una persona, un hombre y hasta una mujer y, no quisiera jamás, un niño; puede atravesar tratando de arriesgar todo lo que tiene para alcanzar su más anhelado valor, “la libertad”. Y no quiero hablar de ser libre en sentido literal, pues, gracias a Dios, ya no vivimos en aquellos tiempos, donde ser libre, podía conseguirse, por suerte debido al color de la piel, y en otros casos, con el dinero o la bondad de un amo. Hoy, en cambio, no somos esclavos de nadie, sino de nosotros mismos y a mi parecer, el peor esclavista de todos, nuestro propio corazón y consciencia; nuestra forma de pensar y sentir.

Este poemario, trasmite las grandes peripecias que un hombre tuvo que sortear para alcanzar la tranquilidad mental y emocional, que hoy, todavía se espera lograr a plenitud.

“Espinas en el vientre” agrupa poesías que sirven, ahora para recordar solamente, pues las angustias, necesidades, tribulaciones, ya forman parte del pasado, no tan lejano como para olvidarlo, pero lo suficiente como para poder registrarlo y darse cuenta que las espinas vuelven, si el amor y la libertad se alejan.


ESPINAS EN EL VIENTRE

El dolor se aguza en el vientre
intentando dar a luz mis motivos.
La cabeza trastabilla de locura
si una idea ilusoria (delgada como el silencio)
atraviesa por descuido mis neuronas.

Cada vez que camino por el cuarto,
rodeando la soledad de mi cama
encuentro la explicación perdida
al hambre que aprieta mis entrañas.

Hallo bajo el colchón papeles viejos
que hoy se transforman en pan
ante la difusa visión de mi lengua.
Esos papeles viejos guardan
la longeva esperanza, aún esperada,
de perennizarme, a través del bolígrafo.

Una punzada más, un hincón,
castiga mis músculos abdominales;
me traen la realidad fría, cruel,
de saber que aún el día empieza
y todavía las fuerzas no aparecen
ni encuentro impulso a mis deseos
para iniciar la caminata hasta la puerta.

Una espina clavada en mi corazón
desgarra mis ilusiones de amar
y evapora mis deseos de ser humano.

Una espina en el vientre, esquiva…
una espina se resiste a perderse;
me acompaña mientras sollozo
pensando en salir al oscuro día,
un día que acaba cuando inicia
después de aceptar que ahora
el hambre no pasa si el amor no vuelve.


ESPINAS MÁS, ESPINAS MENOS

Si tuviera el poder infinito
para cambiar el día,
lo haría ahora mismo.

Si tuviera la capacidad
para llenar las vasijas inmensas
del exiguo mar azul,
lo haría hoy mismo.

Si tuviera las fuerzas
para mover la gran montaña
que entorpece mi camino,
la trasladaría al vacío.

Si tuviera tan sólo
el andar de una hormiga
cambiaría la tierra,
(como el reloj de arena,
encima del velador)

perforándola hasta llegar
al universo sempiterno.
Si pudiera, aunque sea un segundo
escudriñar mi corazón
y llegar a mis sentimientos,
mataría la tristeza, la impotencia
de no poder arrancar esta espina
clavada en mi vientre.


LA LUCHA CON LA MOSCA

Me desperté como cada mañana por agua.

Mi cuerpo yacía tendido en el pavimento,
inerte, estático sin piernas para andar.
Sólo el deseo por la crema dental
levantó mis manos hasta la boca
consolar mi paladar con algo,
dulce al menos, líquido, coloidal.

El cuerpo todavía invertebrado
se resistía incorporarse, liberarse.

Mi alma volvió al día anterior
donde perdidas las fuerzas y el tenedor
libré una dura batalla con la mosca,
(insecto más que yo)
con el zancudo y la cucaracha
por una porción de sangre muerta.

Allí, sobre la mesa de fórmica
rescataba las migajas y el azúcar
para elaborar el antídoto utópico
vestido de color verde y durazno.

Mi alma puesta sobre la mosca
(insecto, ahora como yo)
voló hasta la bodega de cartón
capturando el único grano de azúcar
perfecto para dar fuerza a mis piernas
más flacas que antes (casi invisibles)
y levantarme del pavimento
que a estas horas sirve de descanso
a mi atribulado y vertebrado cuerpo.


ALMUERZO IMAGINARIO

Uno y otro paso se perdió otra vez
marcado sin pensarse en el camino
que yo mismo construí un viernes
pensando en el reflejo de mi corbata
en la cuchara de plata quemada
puesta debajo de la mesa de cristal.

Mis intestinos se revolvían
balbuceando una estrepitosa carcajada
burlándose del almuerzo imaginario
puesto sobre el tapete de hilo rojo.

Mis dientes masticaban la saliva,
consoladora fiel de mi estómago
mientras cogía una servilleta
y limpiaba las ansias derramadas
por el lado derecho de mi boca.

Otra vez la cuchara de plata
reflejaba mi mirada resignada
ante el plato vacío de sopa
que quemó el paladar de mi cerebro
al tratar de recrear aquel almuerzo
deseado desde aquel mes de verano,
ese febrero frígido en mi cama,
mi mesa y el lado derecho de la acera
tratando de recuperar sin resultados,
los pasos que una y otra vez perdí
cuando el reflejo de mi corbata
se perdió por segunda vez
debajo de la mesa de cristal.


UNA ESPINA MÁS

Cerca del décimo segundo
se hundió, (otra más)
la más dura punzada
que hiere cuando puede
la capa delgada de mis ideas.

Trato sin lograrlo
de disimular mi preocupación
viendo cómo se aleja el aliento
- sin poder retenerlo -
por falta de fuerzas emocionales.

Hoy estuvo, después de mil segundos más,
(clavada en mi vientre)
se hundió profundo
dañando la carne espesa
de mi cerebro compungido
por la tristeza melancólica
que siento cuando veo alejarse
las fuerzas que no retienen
mi poderoso hálito humano.

ENEMIGOS DEL DÍA

La lluvia hoy se deshizo de mí
después de perseguirla durante la noche.

El perverso dios del fuego
golpeó mi cuello descubierto, irritado;
azotándolo sin compasión
desde las ocho de a mañana (8.00 a.m.)

¿La lluvia?
(se perdió durante el suplicio)

Ni un pedazo de pan remojado
encontré por la alcantarilla
sucia y mohosa por las malcriadeces
de los niños que juegan con la pelota.

¿El dios del fuego?
(molestando desde enero)

Ni padre ni madre llegaron por consuelo
de una lágrima puesta en la frente
que sirva ahora de alimento
sabiendo que ya llegó la hora de la muerte (6.00 p.m.).


INTENCIÓN VENCIDA

Las angustias se multiplicaron
si una gota de sangre aparecía
sin pedirle me visitara, en la habitación.

Otra mañana sombría, oscura,
anula mis ojos y mi determinación
de internarme en la selva de cemento;
aquélla que fue mi hogar
durante el invierno palaciego,
más apetitoso de todos los que tuve.
Los zapatos están alistados.
El hueco en la suela sirve
tanto como los pasadores rotos.

Un aire de tranquilidad me aborda,
humedece mis pulmones
para conseguir el valor que falta
al enfrentar el día, más tenebroso que ayer.

Las calles me parecen muy angostas
y los edificios se han vuelto colosos...
me siento insignificante, pequeño.

Vuelve a mí la misma ansiedad
de sentirme como me sentí ayer.

No despego los zapatos del pavimento,
pasmado ante la estatua de piedra,
viendo aquel indio ingenuo
con las manos tendidas al cielo
pidiendo una porción de misericordia.

Pretendo imitarlo en su posición,
tratar al menos de rezar por perdón,
cruzar los dedos al menos
o una ayuda que venga desde allá
y como antes, mucho antes
recobre la esperanza perdida,
venza al mismo opresor
que ahora sirve de pegamento
al fragmento de piel que deja verse
y se adhiere al pavimento,
como aquel náufrago del dibujo,
que no suelta el sueño
para seguir viviendo
en el ancho mar de la desesperación.


EL AVISO DE CADA HORA

El reloj hoy no fue el ayudante esperado.
El tiempo huyó de mí como el sol
sabiendo que aún no he terminado.

He perdido la cuenta y me faltaron dedos
para sumar las puertas que toqué.
La pizarra de mi mente falló
al llenarse de ideas muertas
si pasaba frente una vitrina de madera.

Ni siquiera el aroma del restaurante
empujó a mis pies se detengan,
contemplen la necesidad biológica
y me apueste en un banco de vinil.

El reloj me avisaba cada hora (60 minutos)
que la manzana no acababa
y los libros puestos en la alforja
no se habían movido de allí.

El reloj resultó ser un verdugo
compitiendo con el ardiente sol
quién me aburría primero
y me obligaba desistir de la faena.

El reloj con la campanada de la hora
me había hecho entender la razón
que desde el primer aviso por la mañana
había desentendido e ignorado.
Aquella razón que hoy reposa,
espera como si supiera que vuelvo
sin ningún libro en la alforja,
dispuesta a celebrar conmigo
el gran triunfo que me caracteriza
en la dura batalla diaria
contra el tiempo y el reloj.


ANGUSTIA MATINAL

Camino en círculo
disipando incongruencias
al pasar despreocupado
frente al cafetín.

Un letrero me intercepta,
incita mi saliva para consolarme
mientras el olor del pescado frito
irrumpe hasta mi cerebro
saciando la necesidad mental
comprada la semana pasada.

Veré después
con ansias diferentes
si mis entrañas
sorbieron el elíxir sustentador
de aquella bóveda de cristal.

Mientras vosotros
se encuentran sentados
voy esperando mi turno
de saciar con fiereza
mi inexplicable hambre
por tener de una vez
aquel ramo de flores verdes,
o la servilleta de papel periódico
para guardarlo en el bolsillo,
rescatarlo durante el almuerzo,
cuando ya no habrá el hambre,
sino los deseos de perderme en el sueño,
remedio santo a mi flagelado espíritu.


ENCUENTROS

Voy al encuentro
de centenares de bulla.

Las hojas del periódico capitalino
daban luz verde para la faena
y deslizo los zapatos de charol
haciendo compañía al traje gris
guardado en el ropero de mi abuela.

Persisto en la calle
buscando privar de esperanzas
mi atormentada cabeza,
pues, ayer conseguí
lo que buscaba.

Un aviso de color amarillo,
fosforecente por las luces de neón
guiaban el camino hasta la cantina.
Allí, donde cada tarde antes del ocaso,
se reúnen los bohemios en busca del trago,
ansiosos por oír con sonido de guitarra
las palabras que les hagan saber
que la noche todavía no roza sus costillas.

Ahora los encuentros,
casuales por cierto,
plantean mi asombro,
a la vez resignación
mientras contemplo,
(anonadado completo)
la larga línea
de esperar por una tranquilidad.

VANO INTENTO

¡Oh Dios del cielo y del infierno!

Resuélvete de una vez
fisgar donde tus pies alcanzan
sin esperar queja por el peso abrumador
de tu casi irreal inexistencia.

Vigila por esta vez
un instante mis lamentos,
estériles quejidos de abandonado
al saber perder los últimos pedazos
de la desvelada estadía en el hospital.

Mil veces en un segundo
imploré a tus atenciones,
sin detener mi lengua
canté desesperadamente a ti,
tratando de alcanzarte,
moverte de tu trono,
retarte me respondas…
esperar una palabra tuya.
Traté y sin recibir nada,
me lancé al suelo postrado,
avergonzado ante tanta ausencia,
decepcionado de tus acciones.

Esperé como siempre…

¡Oh Dios del cielo y del infierno!

Esperé, por última vez
boca al suelo tragando tierra,
con las manos atadas a mi frente,
con el corazón herido de muerte,
con el último suspiro de esperanza.


ORACIÓN A OSCURAS

Una oración privilegiada
(cristiana o atea… qué importa)
se eleva por el hilo de coser
hasta el cielo que nunca quieres ver.

Mi cuerpo se estremece de temor
sintiendo la fuerza del viento
succionando sobre mis manos.

¿Llegará mi oración a Dios?

Me persigno como nunca lo hice
(x)
(No supe cómo hacer la señal de la cruz)

e intento engañar mi conciencia
sobre ciertos perdones mal puestos
que hoy construí para subir
(como escalera caracol)
por las nubes de mi habitación.

Lo intenté, te lo dije una vez.

Por el pasillo de la casa
donde la oscuridad se hace gris,
donde el ruido de los grillos muere,
suelo desperdigar mis oraciones,
hincarme para que no me veas,
cerrar los ojos para no sentirme,
no romper el cristal de tu vientre
ni perturbar el divino letargo
que te encierra en aquel sueño ligero
que llevé sobre los hombros
por aquella escalera de cartón.

Me arrodillo un instante,
tratando de hallar al oráculo,
tal vez una voz subterránea
que repita el eco de mis plegarias…

(Margarita está destrozada en el huerto,
pisoteada por los gusanos verdes,
mordisqueada y desmembrada
ante la diosa guiadora del día lunes.

¿Será?
¿No será?
¿Me ama?
¿No me ama?
¿Voy?
¿No voy?

...Margarita llora impotente
pegado un dedo (suyo) en la suela del zapato,
una pierna (suya) debajo del neumático.)


VIDRIO AZUL

Visualizo alguna vez
casi por costumbre la luz perenne
que acaba con el destello
más intenso que existe
dentro del antiquísimo cuadro.

Veo casi por costumbre
el sórdido desengaño
del río profundo
de la herida sangrante.

Si esta vez,
permitiese el sol anodino
ver a través del espejo,
sonreiría torpemente
cuando alcancé por allí
el dolor oportuno del viento.


VENTANA VACÍA

La ventana olía a soledad
sin la presencia diurna de su despido.
Me era familiar el mismo zigzagueo
de las cortinas amarillentas
al verme alejar por la avenida.

(No era lo mismo sin sus ojos,
sobretodo si sentía una espina,
una punzada en mis recuerdos,
cortando en mil girones
mi optimismo por un día bueno.)

La soledad se dispersaba en mis oídos
trayendo hasta mi memoria
aquellos frígidos momentos de la despedida...

La noche había resultado caliente,
y las sábanas rotas no ayudaban
aún cuando mis pies quedaban cubiertos.

(Ella, con el insomnio a cuestas
deambulaba en su pedazo de cama
para no caer en el abismo
que ya habíamos creado desde la mañana.)


Aquella noche se hizo interminable
(tanto como mis sollozos al recordarla)
abofeteando al amanecer logre sorprenderme.

No hizo falta palabra alguna.
Siquiera un “buenos días” frente al espejo
y hacer las paces borrando la afrenta con las sábanas.

No hizo falta perdones (¿discúlpame, por favor…?)
El ardiente sol chamuscó su corazón
y cualquier intención por volverse buena,
dejándome desprotegido y desnudo
para internarme en las escaleras
y correr velozmente hasta el paradero
que aún guarda su aroma
y trae a mí los recuerdos fríos
cuando frente a la ventana vacía
respiro nuevamente la soledad
que acompaña a las cortinas
volteando el rostro para verla despedirse.

ESPANTAPÁJAROS

Los pájaros llegan hasta aquí.

Cada uno sin perder el rumbo
donde se vieron y se fueron,
frescos por la brisa que empapa
sus párpados de cristal.

Los pájaros llegan hasta aquí.

No notan mi presencia, mientras los veo,
no me ven, pues su ceguera
ofusca mi difusa melancolía detenida.

Los pájaros llegan hasta aquí.

Me sonríen paseándose por mis pies,
se burlan ante mis perturbaciones,
me miran sabiendo lo que soy frente a ellos,
sólo un muñeco, un espantapájaros,
muerto, inerte, sin delirio, sin brillo…
espantapájaros frustrado
ante la belleza de sus pasos.


OSCURA PERTENENCIA

Las venas se transforman:
suaves ríos de leves profundidades
que conducen la vital gana de vivir
ante la desesperanza reinante en mi mundo.

Intenté muchas veces vencer con fuerzas propias
la pesada piedra negra de mis tribulaciones.

Incité más de una risa a mi angustiado corazón
y cambiaré de rostro para ver con piedad
el día oscuro que invadió
la nívea noche esperanzadora.


CUATRO MUJERES

Hay cuatro mujeres en mi vida,
las hay y ellas no se han enterado.
Me dieron mucho al deambular juntas
por las riveras de mi ilusa imaginación.

Hay cuatro mujeres en mi vida,
fundidas en mi alma,
siendo distintas y todas idénticas
compartiendo un pedazo de mi corazón .

Hay cuatro mujeres en mi vida.
Se vieron el día de mi muerte
rodeando mi lecho con aroma de adiós.

Allí estuvieron, ellas; todas distintas,
idénticas por el amor de un solo hombre.

Hay cuatro mujeres en mi vida.
Lloran mi ausencia de sus lados,
lamentan el espacio vacío
deseando volver a verse junto a mí
siendo cuatro mujeres de una sola vida.


RESURRECCIÓN

Desde el fondo de las penumbras
emerge la razón; difusa, cristalina,
donde hallé el motivo perfecto
para tranquilizar mi aflicción.
Me desespero sin razón al verme atrapado.
Intento levantarme como Ave Fénix
desde las cenizas del fracaso.

Elevaré por encima de la frustración
toda la intención que me rodea
para sentirme el hombre nuevo,
parado hoy frente al espejo.


CEGUERA

Convoco las fuerzas internas
capaces de demoler
la fortaleza impenetrable
que reduce la ignorancia.

Fue especial el sino,
envidiable para el autor
esperando la alegría
de alcanzar con torpeza
las últimas letras fantasmas
necesarias para completar
el gran poema oculto.
Casi la nada
llegó hasta las fauces
de ese instante,
de aquel período sombrío
cuando tratando
de imprimir las ideas,
mi ligera memoria
me traicionó otra vez.

Fue casi perfecta
la soledad mental
que acompañó mi letargo,
mientras trataba
con ojos silenciosos
llegar hasta la faz
de esa lumbre infinita.

Fue después de tanto esperar;
la melancolía, junto a la desidia final
me sujetaron de la mano
tocando levemente mis dedos
para guiar con presteza
la iluminación de mis párpados
conduciéndome hasta el fondo del verso,
hasta el punto final de esta poesía.


ESPERANZA

Espera convertir la realidad,
destrozar las intrigas
después de la tormenta.

Si sueles caminar descalzo
por las brasas calientes
de bocas más que venenosas
chamuscarás tus huellas,
derretirás tus huesos,
desvanecerás tus esperanzas.

¿Puedes, convertir acaso
en dificultad temporera
la angustia que despedaza
las quebradas fantasías?

Tus ojos de cielo
esparcidos por el viento fugaz
serán cual brisa veraniega,
el único antídoto
auténticos forjadores
de la paz individual
que tanta falta me hace.


SIMPLE MORTAL

Hoja verde raída
por el viento austero
gélido desde el norte.

Simple gusano (--------)
reptas por el tallo
hallando comida
que llevar a tus ocultas
entrañas transparentes.

¿Viste el vendaval furioso
que azotó la morada
desde aquel hoyo de soledad?
¿Sentiste el dolor de perder tu hogar
cuando más lo necesitabas?

Entiendo tu posición.
Ayer fui tú mismo
cuando reptaba como lo hacías
y hoy vuelo en alas del viento.


HIPOCRESÍA

Línea roja
sobre el manto blanco
del pañuelo.
(Una consciencia traicionada.)

Herida profunda
sobre el quebradizo cuello
del brazo incólume.
(Un deseo de amar de verdad.)

Mirada vigilante
entre arbustos verdes
del parque abandonado.
(Algunas lágrimas de dolor.)

Moral olvidada;
amor desperdigado,
echado, execrado
que se olvida otra vez
de recordar aquel torcido
cariño inmenso
que vistió mi alma.
(Una mujer hipócrita.)


OLVIDO PERPETUO

Dormida estás, despertar no puedes.
Estás sin vida, sin propósito,
muerta en mis sentimientos, ahora.

Después de ayer, todo fue distinto.
No aspiro olvidarte jamás, pero...
ahogaste el hilo de mis sueños,
aquéllos que sostenían nuestra unión.

Cortaste sin compasión mis ideales,
los echaste a perder sin entender
que eran importantes en mi vida.

Hoy lloro con lágrimas inútiles,
lloro sin concebir, aun en mis ojos
que te fuiste, te perdiste
en el infinito olvido de mi alma.


VUELTA A LO MISMO

Sin pensar en lo dispuesto
vuelvo a atormentar mis dedos,
obligando a mis neuronas fantasiosas
den a luz una idea perfecta,
merecedora aunque sea ahora
de las voces de mi alma.

No acepto admitir la incapacidad,
aquélla oportuna sensación,
anticipada por las totales;
empujada por mis pensamientos
hasta la mesa de cristal
donde me hallo ahora.

Si pudiera soslayar la penumbra
sería intrínseco para todos,
cerrando la única oportunidad
de acceder hasta mis recuerdos
perdidos como ya se sabe
en el abismo negro de mis temores.

Sin pensar en lo dispuesto
vuelvo a lo mismo.
Vuelvo a reflejarme en mis deseos,
en los confines aviesos de las dudas,
en la llanura de aquel rostro de mujer,
en la mirada perdida de mi amada.


ESPERA INCIERTA

Asientos perfectos,
cadenciosos vigilantes
del esperar matutino.

Perseverar puedo,
con la comodidad absoluta
que escapa de tus piernas.

Si puedo ahora que estoy,
oyendo con claridad
la voz del siguiente,
oír con retardo
el eco del perfume,
podré entonar sin disturbio
la solemne nota del silencio.

Cada vez podré menos,
sé sin repetir las letras;
cada vez podré menos,
presiento en la respiración del que no veo;
cada vez podré menos
y encuentro una razón
para excusar mis faltas.


RECUERDO ATRASADO

Cerca de la esquina de doble vía
se asoma la avecilla herida.

Ni un paso del segundero en el reloj
trajo a la memoria retenida aún
por los costados del entendimiento.

Las personas, con la mano en el bolsillo
perciben el aire pesado de la somnolencia
si un zumbido del pasado
castiga el oído medio de mi memoria.

Ni siquiera eso…
un intento más,
uno nada más,
posible al menos y cavar en el suelo
en busca de las estatuas perdidas
cerca del borde de aquellas cartas,
sepultadas desde la infancia
debajo de la ribera de mis pensamientos.
Un suspiro puesto…
uno, cerca de las once,
más cerca que lejos,
se interpone entre ambos del mismo lado.

No sé si entiendes, en este invierno
o quizá en aquel verano de ese año
muy cercano de la una de la tarde
se fundían las pasiones retraídas
puestas en la mochila de nylon
y el maletín de cuero curtido, hoy olvidado.

¿Recuperaste ya lo que perdiste?
Un recuerdo pendiente,
un recuerdo atrasado.

OJOS PERDIDOS

Los ojos se hartaron de ver nada.
Sólo la cama y las dos sillas
burlaban el espacio abierto,
tratando de abatir el eco solitario.
Los ojos lloraron con desaliento
no encontrando los compañeros
dejados el año anterior
en la tétrica imagen urbana.

Las manos, pésimas consoladoras
flaquearon de temor
sin tener aire para inclinar la espalda.

Ni las piernas robustas
consiguieron la respuesta,
cruzadas frente al mueble,
dejado por el tiempo perdido
cuando se fueron los pájaros,
huyendo ferozmente de los perdigones
esparcidos sin compasión
por la rendija de la puerta.


TEMPESTAD INESPERADA

Cerca del estrado de los dioses
aparece la sombra desgastada,
aquélla que peregrinó al lado mío
durante las caminatas por la noche.

Las huellas estaban todavía frescas,
como pisadas en la arena húmeda,
como besos de enamorada ausente.

Todo el vigor que faltó esa vez
ahora alcanza las penurias,
las soslaya como puede,
trayendo a los oídos
los sonidos de tus dedos
cuando intentaban con la llave
abrir las puertas del recuerdo.

No tuvo que pasar el ocaso
y entender el cristalino río
por donde navegué sin esperarlo,
en donde peleé sin cesar
contra la tempestad inesperada.


REFLEJOS ROTOS

Trato de unir los cristales rotos,
recuperar el reflejo de tu rostro
perdido en los pedazos de vidrio
desperdigados sobre la cama.

Si el viento hubiera ayudado,
habría encontrado la razón
(escondida al parecer… enterrada)
de la conquista por las sombras.

Si las lágrimas no hubieran faltado,
uniría las razones impuestas,
establecidas en la habitación
desde la llegada del alba por la ventana.

(Me despertaba de cuando en cuando,
a la espera de su silueta
detenida frente al frío vidrio
retratando en la memoria sus caricias.)


Si tan sólo el sol hubiera colaborado,
no extrañaría el frío solitario,
compañero desde el otoño pasado
esclavo ahora de mis reflejos rotos.


ESPERA ABSURDA

Sin esperar la llamada oportuna,
restrego las manos ocupadas por el sudor.

Parado allí, (debajo del árbol sin hojas)
pretendo contemplar el paso fugaz
de una estrella perdida en el horizonte.

Volteo… aguardo sin respuesta
aparezca por la esquina iluminada
acelerando el paso y no caerse
en los jardines llenos de rosas y cardos.

(No sé si esperar más.)

El silencio ha llegado hasta mi lado,
pretende desplazarse sin piedad,
ocupar el lugar de mis suspiros,
de los latidos intensos de mis ojos,
perforando la oscuridad por verla.

El reloj me avisa de su ausencia.

Cada golpe del segundero
se torna en policía de tránsito
golpeando mis oídos y estrujando mis ojos
por liberar una lágrima oscura
al retirarme de la sombra del árbol sin hojas.